Cuando oigo el zumbido del teléfono me doy cuenta de que
ya estoy despierta. Ya lo estaba un minuto atrás, creo.
No me permito remolonear, hoy no. Quiero levantarme pronto,
llegar pronto al trabajo, salir pronto y comenzar a disfrutar la tarde cuanto antes.
Me demoro en la ducha más de la cuenta. Siempre lo hago.
Pienso que, entonces, ya no es demora, es un hábito, lo normal.
Mientras desayuno, suena la radio: noticias sobre la
Fraga,
el fuego,
lo que hemos perdido. Nunca lo recuperaremos, nunca. ¿Cuánto se tarda en prender una cerilla y acabar con lo que llevó siglos conseguir?
Cuando subo al coche la calle está desierta. Apenas hay
luces encendidas en los edificios.
En el taller ya trabajan pero en la oficina solo A responde
a mi saludo y se sorprende (yo nunca había llegado tan temprano).
Mientras reviso el correo suenan las campanitas en el móvil. Sé que es
él. Se ha levantado al baño y se vuelve a la cama. Imagino su cara adormilada
velando el sueño de P y C. Imagino a mi propio hijo durmiendo también, a esta
hora, y deseo que pase rápido el tiempo.