- Y delante de mí había una señora diciéndole a su marido: “En gallego, ¿eh? Marca en gallego”. Y ya dijo mi marido que por lo menos podía ser un poquito coherente y utilizar ella el gallego, también. Vamos, digo yo.
A lo que otra compañera (y también amiga) le contestó:
- ¿Pero, todo en gallego? ¿Hasta la clase de lengua castellana? Bueno, me parece de coña.
Yo preferí no hacer ningún tipo de comentario pero me preocupa:
- La idea instaurada en gran parte de la población de que el gallego (o cualquier otra lengua minoritaria) es patrimonio únicamente de aquellos que lo tienen por lengua principal. Por eso les resulta incoherente que un castellano-hablante quiera que su hijo desarrolle habilidades en una lengua minoritaria. Eso no ocurriría con el inglés, por ejemplo.
- La falta de equidad ante el uso de una u otra lengua. Parece una exageración que todas las asignaturas se impartan en gallego (excepto la lengua española que, obviamente, se imparte en español), pero el caso contrario se admite y tolera perfectamente.
Y a pesar de que estoy posicionada claramente de una parte y que considero vergonzoso el trato que el actual Gobierno de la Xunta le está dando al gallego, me entristece enormemente lo que entre unos y otros hemos conseguido: hacer de una lengua, que por definición debe ser un vehículo de comunicación, un elemento que poder arrojarnos unos a otros, un arma política e ideológica capaz de definir en qué lado está cada uno.
Y entre todos estamos consiguiendo que la lengua (casi me atrevería a decir que la cultura gallega, en general) haya pasado a ser una seña ideológica que define políticamente a quien la usa, la disfruta y desea que perdure.
Seguro que hay otra manera de hacer las cosas.