Siempre me gustó cumplir años. Era algo así como ir subiendo la pendiente que te llevaba a la meta final. Después de todos aquellos años habría, seguro, un final feliz, la vida, que me esperaba.
He ido cumpliendo años, como todos. Ilusionándome y aparcando entusiasmos en la cuneta sin apenas saborearlos (yo, es que soy mucho de entusiasmarme). Cometiendo errores de los que arrepentirme el resto de la vida, de esos que lo condicionan todo y que no tienen vuelta atrás. Asumiendo, como pude, lo que me vino impuesto. Y decidiendo, claro.
Y ahora, bajo el umbral de los 40 (esos años a los que jamás creí llegar y a los que ya veremos si llego, finalmente) siento que empieza a pesarme el paso del tiempo, que me parece poco lo que me queda por delante. Temo no saber aprovecharlo e ir dejándolo pasar sin darme cuenta de eso, de que se agota.
Hace un tiempo, alguien me envió unas fotos que me parecieron impresionantes.
Es el puente Storseisundet, en Noruega. Y lo primero que pensé al verlo fue: quiero ir ahí antes de morirme. Decir esto con algo más de 30 años, puede resultar un poco exagerado, pero eso fue, exactamente, lo que sentí. Quiero ir.
Dentro de 18 días cumpliré 39. Es una edad como otra cualquiera, pero algo distinta, no? Y ya no me queda tiempo que perder.
Ahora, ya no.