"Adoptar es filiar al hijo de otros, hacerlo nuestro más allá de quererlo y tratarlo bien, hacerlo propio. Legitimarlo para que nos represente."
Cuando decidí ser madre apenas dudé si hacerlo por la vía biológica o por la adoptiva. Perpetuar mi genética o la de mi, por aquel entonces, marido no era uno de mis principales intereses. Y antes que disfrutar de la experiencia física y emocional del embarazo, me parecía prioritario que ambos recibiésemos a nuestro hijo en igualdad de condiciones.
La principal razón que me llevó a adoptar fue, como en todos los casos de padres adoptivos que conozco, el deseo (egoísta) de ser madre, de poder compartir la totalidad del proceso con mi pareja y, en último caso, si mi maternidad podía aportar algo más y cubrir la necesidad de otro, pues mucho mejor.
Yo decidí, yo pude escoger; mi hijo, no.
Por eso me parece injustificada la idea que un gran número de personas, normalmente ajenas al tema, asocian a la adopción (y mucho más a la adopción internacional): la idea de los padres como benefactores.
Mi hijo tiene una madre por mi deseo de serlo, no por el suyo. Y como él, cualquier niño adoptado. Que la situación en la que se encuentran actualmente sea mejor que la que tendrían que vivir en caso de no ser adoptados es, como mínimo, discutible, porque no debemos valorar únicamente las condiciones económicas. Y la dureza del proceso, de verse privados de todo lo que tenían, de lo que era suyo, su vida, para pasar a vivir, no poco tiempo, sustentados únicamente con la promesa de una vida mejor, no es ni mucho menos despreciable.
En cualquier caso la adopción es, como mínimo, el segundo abandono que nuestros hijos sufren en sus vidas, porque para ellos marcharse del lugar donde viven, separarse de sus compañeros, de sus cuidadores, supone un nuevo abandono. Y tardan mucho tiempo en sentir la seguridad y el arraigo suficientes para confiar en que esta nueva situación va a ser definitiva en sus vidas.
Por supuesto, creo firmemente que la vida de mi hijo mejora con el hecho de tener una familia, en la misma medida en que la mía, mi vida, mejora con su presencia. Considero que es una cuestión de equilibrio, finalmente, que tanto damos y recibimos el uno como el otro pero, repito, con una importante diferencia: él no lo escogió.