sexta-feira, 17 de junho de 2022

Matemáticas

Son las 19:49 del 17 de junio de 2022.

Acabo de cerrar el crono que me ha acompañado cada día durante estos 9 meses y he registrado en mi tabla de calendario las horas de hoy: 07:15. Suman un total de 45:36 en toda la semana. Ha sido una semana relajada.

Empecé a estudiar "oficialmente" el día 18 de septiembre. Me examinaré este domingo, 9 meses después.

Han sido 9 meses extraordinariamente iguales: levantarme, trabajar de 7 a 3, llegar al campus, coger un café en el comedor de la universidad, subir a "mi" mesa y estudiar hasta la 9. Eso, un día tras otro, con pequeñas variaciones. El fin de semana, a clase de 10 a 2. Qué manera de disfrutar cada minuto, cada ejercicio... Quién me lo iba a decir. Y al salir, una breve conversación con Maikel que me daba aliento y fuerzas para el resto de la semana.

Las dos últimas semanas han sido muy duras. Repasar temas que parecía no haber visto nunca, enredarme en demostraciones imposibles, intentar ejercicios una y otra vez... Pero ayer, cuando empecé a recoger mis cosas en la biblioteca para volver a casa, me di cuenta de que ha sido increíble. Lo he conseguido.

Nunca, desde que me equivoqué eligiendo la carrera, hace ya 30 años, creí que podría reconducir mi camino. Mi sueño se iba alejando poco a poco. A veces pensaba: en otra vida lo conseguiré.

Ayer, de repente, después de tantos nervios, tanto cansancio y tantas horas (1434 horas en 9 meses) me di cuenta de que ya lo conseguí. He reconducido mi camino.

El domingo, a las 9 de la mañana será la presentación. A las 11 empieza el examen de problemas, donde intentaré arañar todo lo que pueda. A las 5 de la tarde, 4 bolas decidirán si mi elección de temas (llevo bien preparados 28 de los 71, y otros dos para poder rascar algo... la estadística dice que tengo más de un 87% de probabilidad de tener suerte) ha sido acertada.

Sea como sea, aunque esta vez no lo consiga, el camino se abre por delante, despejado y claro.

Ha sido un verdadero placer. Y lo mejor está por venir.



quinta-feira, 21 de junho de 2018

Fin del principio

Hace casi 9 años, en el mes de septiembre de 2009, volvía junto con mi hijo a mi antiguo colegio, esta vez para dejarlo a él en sus aulas. 

No había cambiado mucho, la verdad. Y me hacía especial ilusión que él iniciase su andadura académica en la misma aula que yo había utilizado años antes. 

Lo dejé llorando (llorando él y conteniendo las lágrimas yo) y, aunque la profe nos insistía en que nos marchásemos tranquilas, que iban a estar bien, las dos o tres madres que estábamos allí nos revolvíamos nerviosas. 

Tenía razón Pili, iban a estar bien. 

Han transcurrido 9 años entre aquel renacuajo ceceante y el medio-hombre que en breve apoyará su brazo en mi hombro. 

Ha tenido excelentes maestras y otras que no lo fueron tanto. Ha hecho amigos y amigas, ha jugado, reñido, cometido alguna gamberrada y también algún que otro acto heroico. Todo lo que ha vivido estos años lo ha compartido conmigo, con mamá. 

Y ahora… 

Esta mañana los veía bailar. Más de 50 niños y niñas, que han sido sus compañeros todo este tiempo y que, la mayoría, seguirá siéndolo en los años siguientes. 

Renacuajos que lloraban hace nada, agarrándose a nuestras piernas antes de entrar en el aula, y que ahora te lanzan una mirada mortal cuando intentas darles un beso en la puerta del colegio. 

Nos tocan unos años de mendigar hasta que vuelvan los besos y los abrazos espontáneos. 

El instituto fue una etapa muy dura para mí, luchando entre lo que era y lo que quería ser, entre lo que me gustaba y lo que deseaba gustar. La recuerdo tan bien que seguramente por eso los adolescentes me resultan tan interesantes. 

No vamos a poder evitarles el dolor, el miedo, la pasión no correspondida, las ganas de alejarse de nosotros, ni la sensación de soledad. 

Espero que todo eso, junto a todo lo bueno que trae crecer, nos permita ver, dentro de unos años, cuando acaben esta nueva etapa, a esos mismos niños y niñas tan felices como los he visto hoy. 

Mucha suerte, Surillé!! Konjo!

quinta-feira, 23 de março de 2017

Un año más: 43.

Cumplo años y me doy cuenta de cómo envejezco porque cuento la edad que tengo en función del año en el que vivo (cuando abrí los ojos, esta mañana, pensé: “¿43 o 44? Ah! 43, que estamos en 2017”). Ojalá nunca olvide el año en que nací.

Mi cumpleaños era la fecha más importante de cada año, para mí. No entendía como mi madre, mi padre, mis abuelos, podían pasar por encima del día de sus propios cumpleaños sin pena ni gloria. Ahora ya lo entiendo. 

El nacimiento de mi próximo sobrino. El cumpleaños de mi hijo, la celebración de nuestro primer encuentro, el día en el que lanzaré mi nuevo proyecto profesional, el cumpleaños de mi novio, los días de Nochebuena y Reyes… Esos son, ahora, mis días importantes. Con los años, el foco se va dirigiendo hacia fuera. 

No me siento mayor, la verdad. A veces miro mi cara en el espejo y me cuesta entender que esas arrugas, esa mueca imborrable, esa piel que sobra es mía. Por suerte, sigo teniendo las tetas en su sitio… 

Pero por dentro, por dentro es por donde más noto mi cambio. Y me gusta. Me siento más segura, más tranquila, más independiente y más yo. 

La vida, en cada golpe que te arrea, te puede dar una lección si estás lo suficientemente atenta y abierta para recibirla. Yo no lo he estado en muchas ocasiones, pero en otras sí. Y he aprendido mucho y he dejado pasar lecciones de las que ahora me arrepiento de no haber extraído casi nada. 

 Hace unas semanas he temido la muerte por primera vez. Nunca antes había temido la muerte si no era con dolor, porque es el sufrimiento lo que me aterra. Pero, pensando en lo que dejaba aquí y en su sufrimiento, temí por él, por no poder acompañarlo ni librarlo de sus males. 

Los años pasan y nosotros pasamos a la misma velocidad. Ahora más rápido que antes, porque el camino que nos queda es cada vez más corto. 

Pensándolo bien, solo le pido a la muerte que me permita conocer a todos mis nietos el tiempo suficiente para que ellos me recuerden.

domingo, 31 de julho de 2016

Víctimas

Una noche de verano en una céntrica calle de una ciudad:
- un hombre sale de su coche, de varias decenas de miles de euros, hablando por su teléfono móvil de última generación. Traje caro, zapatos caros, reloj de oro y gafas de sol sobre la cabeza.
Podría ser víctima de alguna banda organizada de ladrones.

- un cura, no muy mayor, toma el aire sentado en un banco, con sotana y alzacuellos, mientras prepara mentalmente la misa del próximo domingo.
Podría ser víctima  de algún extremista islámico.

- un militar de mediana edad pasea del brazo de su mujer. Lleva bermudas azul marino, nauticos, y un polo de la Armada Española. En su cinturón y en la correa de su reloj los colores de la bandera española.
Podría ser víctima de algún terrorista de ETA.

- en la esquina de la calle un joven de melena, con alguna que otra rasta, toca la guitarra y canta canciones de Silvio Rodríguez, con un vaquero roto y una camiseta del Che Guevara.
Podría ser víctima de algún skinhead.

- una pareja de homosexuales, bastante amanerados, caminan hacia una cafetería riendo, cogidos de la mano y besándose de vez en cuando.
Podrían ser víctimas de algún homófobo.

- una joven con un vestido muy corto y ceñido, con un profundo escote, vuelve a casa después de haber cenado con sus amigas.
Podría ser víctima de algún violador.

Todas estas personas podrían disimular su estatus, su fe, su condición, su ideología, su preferencia, su cuerpo... Todas ellas van provocando a sus agresores.

¿O no?


quinta-feira, 17 de março de 2016

El poder del lenguaje

Prolifera por las redes una carta de una supuesta profesora que habla de lo estúpida que le parece la actual tendencia a utilizar los masculinos y femeninos cuando se habla de hombres y mujeres.

Comenta el uso incorrecto de los sustantivos como presidenta, argumentando que el sufijo –ente hace referencia al ser (indistintamente del género). 

Otro argumento que se ve por las redes, para reforzar esta idea, es el de la economía del lenguaje: tener que utilizar el masculino y el femenino es “una lata”, una complicación y además, se dice,las razones de su uso son extralingüísticas. 

Al ver este tipo de comentarios y las posteriores reacciones a favor de algunas personas, me viene a la cabeza que “la ignorancia es muy atrevida” y "no hay más ciego que el que no quiere ver". 

Entiendo que las personas que opinan que buscar un lenguaje inclusivo, que visibilice a las mujeres en los contextos en los que se habla de ellas, es un absurdo, no se dan cuenta del poder que tiene el lenguaje y lo menosprecian. 

Supongo que consideran, además, que el lenguaje es como las matemáticas, una ciencia exacta, no un valor cultural, y por eso creen no puede evolucionar, ni adaptarse, ni cambiar con el transcurso del tiempo (lo cual, evidentemente, es un idea absurda y totalmente errada). 

Por ejemplo: 
La palabra presidenta es correcta y está en el diccionario, pero a algunas personas les parece un error incluirla porque, según ellos, esa palabra no puede existir. No dicen nada de la palabra asistenta, dependienta o sirvienta, por ejemplo, que también están en el diccionario pero que no parecen molestar a nadie. ¿Por qué? (Resulta sorprendente, al buscar estas palabras en el diccionario, que la primera entrada no es el término finalizado en -a, como correspondería en buena lógica al orden alfabético, sino que la primera entrada es el término finalizado en -e. Lo mismo sucede con el resto de las palabras acabadas en -o que tienen femenino en -a, la primera entrada corresponde al término masculino). 

Otro ejemplo: 
Se atribuyen razones extralingüísticas al desdoblamiento de los géneros cuando se hace referencia a hombres y mujeres, argumentando que el genérico es el masculino. Que el uso del masculino como genérico también se base en razones extralingüísticas no parece importar. 

Y por último: 
La economía del lenguaje es otro de los argumentos de peso. Como si también en el lenguaje fuese imprescindible aplicar principios de economía y rentabilidad. Como si ese principio fuese más importante que el de generar la visibilidad de las mujeres y, por tanto, mayor igualdad. 

El lenguaje es un reflejo de la sociedad que lo usa. Si las mujeres no son consideradas al mismo nivel que los hombres, en ningún sentido, el lenguaje también las obviará y no las tendrá en cuenta, porque se acepta que no lo merecen. 

La evolución de la sociedad implica, también, una evolución en el lenguaje. Y este debe cambiar y pasar a reflejar a la sociedad que lo utiliza. Si las mujeres existen y están en el mundo al mismo nivel que los hombres, el lenguaje que utilicemos debe evidenciarlo. 

Porque los idiomas son mucho más que un conjunto de reglas, son cultura, en el más amplio sentido de la palabra, y la cultura no se puede frenar, no se puede acotar ni restringir. El lenguaje está vivo. Debemos dejarlo vivir y debemos darle vida. 

El lenguaje conforma ideas, conforma pensamientos y genera cultura. Y somos responsables de hacerlo evolucionar acorde con la sociedad que queremos: igualitaria, respetuosa e inclusiva. 

Existen las presidentas y los presidentes, las soldados y los soldados; existen las médicas y los médicos, las albañiles y los albañiles, las arquitectas y los arquitectos, las pilotos y los pilotos, las juezas y los jueces, las taxistas y los taxistas. Se trata de utilizar correctamente el lenguaje y de llamarle a cada cosa por su nombre (con su género y su número). 

Considerar esto como una tontería, como un tema sin importancia es, ante todo, infravalorar el poder que tiene la forma en que nos comunicamos. Y, por otra parte, supone obviar una realidad indiscutible: que el idioma español, concretamente, nació en una sociedad machista que se ve reflejada en él. 

Yo considero que es mi responsabilidad cambiar esa situación con las herramientas que tengo a mi alcance. Es una cuestión de responsabilidad y de implicación personal. 

En el trabajo por una sociedad igualitaria, todo suma.

quarta-feira, 2 de dezembro de 2015

La importancia de los símbolos

A mi abuelo, que murió hace 14 años, lo condenaron a muerte durante la Guerra Civil. Se salvó pero vivió el resto de su vida marcado, como es evidente, por ese hecho.

A la madre de mi amiga N, militante comunista, la encarcelaron por defender la libertad y “los grises” la asediaban día tras día. Continúa luchando por lo mismo.

Los padres de mi amiga R vivieron exiliados en Francia. Huyeron porque eran perseguidos por el régimen franquista. Hoy, ayudan a criar a sus nietos en los mismos principios que defendieron durante toda su vida.

Cuando mi prima L fue profesora en un colegio de Ferrol, un día preguntó a sus alumnos quién era el patrón de la ciudad y uno de ellos, muy avispado, le contestó: San Franco del Caudillo. Eran niños de 5 años, que ahora tendrán unos 15.

La opinión del señor Albert Rivera es un claro reflejo de que existen Españas muy distintas y que los políticos deciden mirar hacia la que más les conviene. O eso, o no se enteran de lo que pasa.

Cada uno opina, como dice el refrán, "da feira según lle foi nela". Pero los políticos tienen la difícil tarea de escuchar las opiniones de todos.

Seguramente, al señor Rivera o a Esperanza Aguirre (lo de señora le queda enorme a esta... persona), pasear por la calle Alférez Provisional, por la avenida del Generalísimo o sentarse en la plaza  Millán Astray no les dé ni frío ni calor. A la una porque, como ya dijo, no le parece que la cosa fuese como se cuenta, y al otro porque su juventud le hace ver la historia reciente como algo lejano y ajeno.

Pero el caso es que gran parte de la población de España ha vivido la dictadura de Franco. Prácticamente la mitad de la población nacimos en la dictadura. Nuestros padres la vivieron y la sufrieron en primera persona. Nuestros abuelos, además, lucharon en la guerra.

A mi abuelo se le revolvía el estómago cada vez que pasaba por la Plaza de España y veía el monumento del que ordenó su muerte, el que mandó al monte a sus hermanos y dejó viudas a las mujeres de sus compañeros, el que le prohibió leer en su lengua y lo obligó a ocultar sus ideas.

La dictadura no está superada mientras a mí (y a tantos otros), se me encoja el alma pensando en mi abuelo, cuando veo una calle que honra a un franquista.

quarta-feira, 22 de abril de 2015

Barbarie


Podría ser mi hijo o mi sobrina, o mi sobrino pequeño.
O el hijo de mi amiga Ángela, o el de Ana, o alguno de los de Lucía. Tal vez la hija de Carlos o los de  Carmen… Cualquiera de ellos, si la vida no hubiese sido como fue, podría ir en ese barco.

Y tal y como ha ido la vida, es posible que sus hermanos, o sus padres, o aquellos que cuidaron de ellos, de nuestros hijos, hasta que ya no pudieron más, hasta que el hambre, la necesidad y la falta absoluta de recursos los obligó a dejarlos marchar, hayan ido en ese barco.

Tal vez ahora estén en tierra firme, con la esperanza llenando su estómago, convencidos de que lo peor ya ha pasado. O tal vez no, y sus cuerpos se estén hundiendo poco a poco junto a los de todos aquellos que no consiguieron llegar.

Cruzamos ese mar para cumplir nuestro deseo de ser padres. De regreso, nuestros hijos cambiaron de categoría y se convirtieron en ciudadanos de primera. Pero son los mismos. Y nosotros también.

Cuando veo a toda esa gente, veo a mi hijo y pienso, sobre todo, en su madre, en su otra madre.

Si dios existe, no nos va a perdonar esta barbarie.