quinta-feira, 17 de março de 2016

El poder del lenguaje

Prolifera por las redes una carta de una supuesta profesora que habla de lo estúpida que le parece la actual tendencia a utilizar los masculinos y femeninos cuando se habla de hombres y mujeres.

Comenta el uso incorrecto de los sustantivos como presidenta, argumentando que el sufijo –ente hace referencia al ser (indistintamente del género). 

Otro argumento que se ve por las redes, para reforzar esta idea, es el de la economía del lenguaje: tener que utilizar el masculino y el femenino es “una lata”, una complicación y además, se dice,las razones de su uso son extralingüísticas. 

Al ver este tipo de comentarios y las posteriores reacciones a favor de algunas personas, me viene a la cabeza que “la ignorancia es muy atrevida” y "no hay más ciego que el que no quiere ver". 

Entiendo que las personas que opinan que buscar un lenguaje inclusivo, que visibilice a las mujeres en los contextos en los que se habla de ellas, es un absurdo, no se dan cuenta del poder que tiene el lenguaje y lo menosprecian. 

Supongo que consideran, además, que el lenguaje es como las matemáticas, una ciencia exacta, no un valor cultural, y por eso creen no puede evolucionar, ni adaptarse, ni cambiar con el transcurso del tiempo (lo cual, evidentemente, es un idea absurda y totalmente errada). 

Por ejemplo: 
La palabra presidenta es correcta y está en el diccionario, pero a algunas personas les parece un error incluirla porque, según ellos, esa palabra no puede existir. No dicen nada de la palabra asistenta, dependienta o sirvienta, por ejemplo, que también están en el diccionario pero que no parecen molestar a nadie. ¿Por qué? (Resulta sorprendente, al buscar estas palabras en el diccionario, que la primera entrada no es el término finalizado en -a, como correspondería en buena lógica al orden alfabético, sino que la primera entrada es el término finalizado en -e. Lo mismo sucede con el resto de las palabras acabadas en -o que tienen femenino en -a, la primera entrada corresponde al término masculino). 

Otro ejemplo: 
Se atribuyen razones extralingüísticas al desdoblamiento de los géneros cuando se hace referencia a hombres y mujeres, argumentando que el genérico es el masculino. Que el uso del masculino como genérico también se base en razones extralingüísticas no parece importar. 

Y por último: 
La economía del lenguaje es otro de los argumentos de peso. Como si también en el lenguaje fuese imprescindible aplicar principios de economía y rentabilidad. Como si ese principio fuese más importante que el de generar la visibilidad de las mujeres y, por tanto, mayor igualdad. 

El lenguaje es un reflejo de la sociedad que lo usa. Si las mujeres no son consideradas al mismo nivel que los hombres, en ningún sentido, el lenguaje también las obviará y no las tendrá en cuenta, porque se acepta que no lo merecen. 

La evolución de la sociedad implica, también, una evolución en el lenguaje. Y este debe cambiar y pasar a reflejar a la sociedad que lo utiliza. Si las mujeres existen y están en el mundo al mismo nivel que los hombres, el lenguaje que utilicemos debe evidenciarlo. 

Porque los idiomas son mucho más que un conjunto de reglas, son cultura, en el más amplio sentido de la palabra, y la cultura no se puede frenar, no se puede acotar ni restringir. El lenguaje está vivo. Debemos dejarlo vivir y debemos darle vida. 

El lenguaje conforma ideas, conforma pensamientos y genera cultura. Y somos responsables de hacerlo evolucionar acorde con la sociedad que queremos: igualitaria, respetuosa e inclusiva. 

Existen las presidentas y los presidentes, las soldados y los soldados; existen las médicas y los médicos, las albañiles y los albañiles, las arquitectas y los arquitectos, las pilotos y los pilotos, las juezas y los jueces, las taxistas y los taxistas. Se trata de utilizar correctamente el lenguaje y de llamarle a cada cosa por su nombre (con su género y su número). 

Considerar esto como una tontería, como un tema sin importancia es, ante todo, infravalorar el poder que tiene la forma en que nos comunicamos. Y, por otra parte, supone obviar una realidad indiscutible: que el idioma español, concretamente, nació en una sociedad machista que se ve reflejada en él. 

Yo considero que es mi responsabilidad cambiar esa situación con las herramientas que tengo a mi alcance. Es una cuestión de responsabilidad y de implicación personal. 

En el trabajo por una sociedad igualitaria, todo suma.