Tengo amigas para las que los niños, como sexo masculino, fueron invisibles hasta bien entrada la adolescencia.
La única referencia que podían hacer de ellos durante su infancia era que resultaban un coñazo porque les rompían los juguetes, se metían con ellas y no las dejaban jugar tranquilas.
A pesar de sufrir las mismas consecuencias, para mí los niños eran, además, otra cosa. No recuerdo ningún momento de mi infancia en el que no haya estado enamorada. Y la sensación era prácticamente igual a la que he sentido de adulta.
Con 8 años me enamoré de mi profesor de natación, y sufrí todos los síntomas posibles: falta de apetito, desazón, nerviosismo, melancolía... Un día, durante la clase, me dio un calambre y el profesor tuvo que sacarme en brazos de la piscina. Cuando me vi allí, abrazada a su cuello, con sus brazos sosteniéndome en el aire, la punzada en mi estómago fue tan intensa que creí que me estaba pasando algo grave.
Resultó que solo era eso: amor.
La derivada racista de la DANA
Há uma semana
Um comentário:
Extremadamente grave, por tanto.
Sirwood
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