O el hijo de mi amiga Ángela, o el de Ana, o alguno de los
de Lucía. Tal vez la hija de Carlos o los de Carmen… Cualquiera de ellos, si
la vida no hubiese sido como fue, podría ir en ese barco.
Y tal y como ha ido la vida, es posible que sus hermanos, o sus
padres, o aquellos que cuidaron de ellos, de nuestros hijos, hasta que ya no
pudieron más, hasta que el hambre, la necesidad y la falta absoluta de recursos
los obligó a dejarlos marchar, hayan ido en ese barco.
Tal vez ahora estén en tierra firme, con la esperanza
llenando su estómago, convencidos de que lo peor ya ha pasado. O tal vez no, y
sus cuerpos se estén hundiendo poco a poco junto a los de todos aquellos que no
consiguieron llegar.
Cruzamos ese mar para cumplir nuestro deseo de ser padres. De regreso, nuestros hijos cambiaron de categoría y se convirtieron en ciudadanos de primera. Pero son los mismos. Y nosotros también.
Cuando veo a toda esa gente, veo a mi hijo y pienso, sobre todo, en su madre, en su otra madre.
Si dios existe, no nos va a perdonar esta barbarie.
Si dios existe, no nos va a perdonar esta barbarie.