Lo veo casi todas las noches, a través del cristal de la puerta del patio, campando a sus anchas, husmeando en mis plantas con la intención de aprovecharse de ellas. Es fácil distinguirlo en la oscuridad.
Es blanco y muy peludo. Los ojos azulísimos. Totalmente sordo.
Cuando sus dueños (nuestros vecinos de al lado) lo dejan salir a pasear un rato, suele acercarse hasta nuestro patio. Olisquea y, si ve que estoy en la cocina, se acerca a mirar desde el otro lado del cristal. Hasta que se da cuenta de que lo he visto, entonces, despacito, se separa y continúa paseando.
A menudo lo vemos desde la calle, subido a alguna de las ventanas de su casa. Nos acercamos, lo saludamos y Cibrán siempre le pregunta:
- ¿Vas a venir a hacer caca en las plantas de mi patio?
Un día, al pasar por delante de la ventana, no estaba él sino una gata negra y blanca que también vive allí. Cibrán me miró boquiabierto:
- ¡¡Mira, mamá, se disfrazó!!
Es una pena que perdamos esa lógica entusiasta.
ResponderExcluirA veces pienso que las cosas se hacen tan rígidas porque dejamos de pensarlas como los niños.
¡Qué rico Cibrán! Está en esa edad en la cual te lo comerías. A besos, claro.
ResponderExcluirTotalmente de acuerdo con Nán.
¡Que bueno,...! Se llama "Farrapo", me encantó el nombre cuando me lo dijo el dueño.
ResponderExcluirBicos